Este fín de semana lo he pasado de visita familiar en un pueblecito de la costa tarraconense llamado El Vendrell. Yo pasé mi infancia allí, concretamente el periodo comprendido entre los 0.3 años y los 10 años de mi vida. Allí dejé familia y un montón de buenos recuerdos, y siempre que puedo me gusta hacerles una visita y caminar de nuevo por sus calles. El centro del pueblo no ha cambiado mucho: allí sigue la Plaza de Pau Casals, la iglesia donde hice la primera comunión,etc, incluso al entrar al pueblo sigue existiendo una gran tienda donde venden todo tipo de figuras y adornos para el jardín. Eso sí, los alrededores ya son otra cosa: muchas casas y bloques de urbanizaciones de nuevo cuño expandiéndose y llenando el horizonte. En esta ocasión venía para una celebración familiar así que hubo comilonas y cenas en restaurantes de la playa de Coma-ruga y la Roda de Bará. No voy a nombrar aquí a mis queridos primos y amigos, pero si alguno lee este blog os quiero mandar a todos un abrazo muy fuerte y daros las gracias por toda vuestra hospitalidad.
Yo soy de los que piensa que muchas de las cosas que nos suceden en la infancia nos marcan de tal forma que definen nuestra personalidad y nuestros gustos cuando ya pasamos a ser adultos. Todas las grandes cosas surgen de sucesos puntuales aparentemente intrascendentes. En mi caso, incluso llevo la impronta de El Vendrell grabada "estéticamente" en mi cuerpo, y no, no me estoy refiriendo a ningún tatuaje, sino a una cicatriz en la frente que me acompaña desde que, a la tierna edad de tres años, me pegué un sonoro hostión al caer rodando por unas escaleras de caracol en la casa de nuestro querido amigo el Dr. Tello. Y es que, a pesar de que recuerdo pocas cosas de mi infancia, con respecto a este episodio recuerdo ponerme a llorar como una bestia al alcanzar el suelo para que mis papis y el resto de gente vinieran a la carrera a auxiliarme. Pero debían de estar muy enfrascados en la timba que estaban jugando en la planta de arriba porque lo cierto es que allí no bajó ni Dios. Sé que me armé de valor y subí de nuevo las escaleras, y mi aparición, con la cara llena de sangre, debió ser similar a la escena en la que Sissy Spacek la lía parda en el baile final de la película "Carrie". Anyway, este viaje me ha servido también para visitar de nuevo esa preciosa casa con jardín y pajarera incluidos, y hacerme un foto con la escalera en cuestión. ¡Es parte de mi vida!
Pero bueno, como os decía, pequeñas cosas nos marcan y condicionan de por vida. En El Vendrell aprendí a nadar en la piscina municipal, rompí una maceta -que mi madre tuvo que pagar religiosamente, :) - en el colegio de monjas al que iba, dí mi primer beso en la boca a una chica (concretamente se trataba de la hija del panadero de la calle, aunque sólo recuerdo de ella eso y su nombre: Paquita), vi la nieve por primera vez y monté en tele-silla (en la estación de Baqueira-Beret), gané un concurso de redacción en catalán (como premio me dieron un disco de María del Mar Bonet y Lluis Llach, ¡ese fue mi primer disco!), me peleé en el patio con agunos niños culés (yo era el único del Real Madrid en el cole), y algo que iba a marcar mi vida para siempre: caí en el poderoso influjo de la música. Con respecto a eso hay algo que NUNCA olvidaré. Recuerdo ir todas las tardes con mi madre a casa de nuestros amigos, la familia Pérez, cuyos hijos hoy son como mis hermanos. Allí - debería yo de tener 5 o 6 años - vi un enigmático disco que acababa de comprarse su hijo mayor, Juan Antonio. En la portada de ese disco aparecía la imagen imponente de un cañón, y era de un grupo llamado AC/DC. Yo lo miraba como diciendo "eso debe ser ruido y música del diablo". Bueno, tan sólo 5 años después, y ya viviendo en Madrid, mientras mis compis del cole se dedicaban a jugar al fútbol yo pasaba las tardes en casa headbanging al ritmo de "Whole lotta Rosie". Si alguien conoce la discografía de AC/DC no hace falta que diga más. Pues bien, este Sábado cenamos en casa de Juan Antonio y tuve la oportunidad de contarle la anécdota. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me invitó a acompañarle al trastero, sacó el disco de una vieja caja de vinilos...¡y me lo regaló! Yo ya tenía desde hacía décadas el "For those about to rock (we salute you)" en cinta y en cd, pero joder, esa era LA COPIA ORIGINAL del disco que se clavó en mi memoria a los 5 años. Mil gracias hermano, yo lo guardaré bien. Adjunto una foto del vinilo, ya en mi poder.
Ah, y hay segunda parte. Esta vez quería comprarme algo de souvenir, una pulsera o alguna parida, pero el destino quiso que pasara por la única tienda de instrumentos musicales de El Vendrell y...volviera tener un flechazo. Pero eso se merece otra entrada de blog.
(Este blog está dedicado a mi familia y amigos de El Vendrell, con mucho cariño)